Zapatero en el momento de anuncio de su retirada |
El anuncio de retirada de Zapatero solo cogió de sorpresa a algún despistado. Amortizado como cabeza de cartel en su partido, tras inmolarse en los primeros años de esta legislatura por una política económica equivocada y errante, el adiós a plazo fijo del presidente era solo cuestión de tiempo. La presión de los barones socialistas apoyados en las valoraciones de encuestas demoledoras, no podía terminar con otro desenlace que la renuncia. Ningún presidente ha salido bien de la Moncloa, pero el leonés llevaba camino de superar a sus antecesores al proyectar una imagen de improvisación y de debilidad frente a poderes superiores que modificaron de arriba a abajo su discurso y su acción política. Su salida no deja de ser un ejercicio de dignidad.
Zapatero protagonizó un caso paradigmático del síndrome del pato cojo, que en Estados Unidos sirve para definir los vaivenes de los presidentes en la última fase de su segundo mandato. Los presidentes víctima de este síndrome suelen responder con improvisaciones o huidas hacia adelante que acaban dañando tanto su credibilidad como la fortaleza de su organización política. ¿Os suena?
Tras una primera legislatura brillante, subido en la ola del crecimiento económico y de la estabilidad social, Zapatero llegó a ser un presidente muy valorado. Sobre todo por su sensibilidad y su determinación hacia amplios colectivos ignorados por anteriores dirigentes. Los avances en derecho internacional y en libertades públicas, en legislación avanzada de derechos civiles, en apoyo de las capas más desfavorecidas y en reconocimiento de las minorías concitaron la simpatía de la mayoría social española.
El vicepresidente del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba |
Actuó con determinación en asuntos estructurales y en otros menores. Legislador voraz tomó una tras otra decisiones valientes. Aumentó como nunca antes la cuantía de las pensiones mínimas, retiró las tropas de Irak, reguló desde las bodas entre personas del mismo sexo hasta el lenguaje de signos y alumbró una ley de dependencia modélica.
Dubitativo cuando los indicadores económicos pedían tijera, agarrado a sus ideales, defendiendo con uñas y dientes su programa de intervención pública para aguantar la economía nacional, Zapatero perdió su crédito poco después de ser reelegido en el 2008. La percepción ciudadana cambió hasta convertirlo en el presidente peor valorado en las encuestas periódicas que realiza el CIS, superando incluso al Felipe González más hostigado por la corrupción y por el caso GAL y al José María Aznar de la foto de las Azores mientras medio país se echaba a la calle para clamar contra la participación española en la guerra de Irak. Fue incapaz de afianzar un relato político coherente, ante los constantes vaivenes a los que se ha visto sometido por esa jauría de lobos que llamamos mercados. Pasó del Plan E para estimular la economía a enfrentarse a los sindicatos imponiendo una reforma laboral más propia de un gobierno de centroderecha que del Zapatero de la izquierda europea avanzada.
Carmen Chacón, una de las favoritas para sustituir a ZP |
El panorama político ante las elecciones autonómicas y locales de mayo habría de quedar ahora más despejado. Queda por ver ahora cómo administra este nuevo escenario un PSOE que temía un batacazo histórico como consecuencia del desgaste de su secretario general. Cuando Felipe González fue derrotado en las urnas, las siglas estaban mucho más desgastadas que el líder. Con Zapatero no ha sucedido lo mismo. La percepción mayoritaria es que hay votantes que jamás le votarían a él, pero sí lo harían con un PSOE renovado. Labor de los barones, y del aparato de Ferraz, con José Blanco y Marcelino Iglesias a la cabeza, será diseñar una campaña afianzada en la credibilidad de un proyecto político que pierda carácter presidencialista. Aunque toque hablar de primarias y de candidatos, el problema para España no radica ahora en si Rubalcaba o Chacón suceden a Zapatero en el cartel electoral, sino si el principal partido del centroizquierda es capaz de recuperarse y de reorientarse. No lo tendrá fácil, pero la inmolación del líder quemado es una ayuda.
Por las primeras reacciones escuchadas, el PP insistirá en convertir estos comicios en un ensayo de las elecciones generales. Será inevitable que toda la campaña se contamine, dado que Mariano Rajoy seguirá hablando de Zapatero, de la interinidad y de los cómplices aún cuando pueda tomar decisiones necesarias para el país que no se alejarán mucho de sus planteamientos. ¿Cuántas veces tendremos que escuchar de aquí a final de año que el gobierno está en manos de un dirigente provisional? Poca memoria guarda el PP cuando fue precisamente Aznar el único presidente que hasta ahora se había puesto fecha de caducidad.
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