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viernes, 25 de marzo de 2011

Últimas horas en la chabola

Niños caminando entre ratas, heces y montañas de basura y bebés de pocos meses durmiendo junto a toneladas de desperdicios. Hace treinta años se formó un núcleo de chabolas a las afueras de A Coruña. Más de 200 familias convivían entre la miseria, las ratas y las drogas. Ahora quedan los vestigios de lo que fue el poblado gitano más grande de Galicia: escombros de lo que fueron las chabolas de muchos, niños jugando entre jeringuillas y drogadictos pinchándose su dosis. Hacia el poblado se produce un goteo constante de consumidores que acuden a todas horas a comprar droga.
Muchos de los que nacieron allí todavía resisten. Nacer en Penamoa marca, pero también deja huella en los vecinos de alrededor que llevan años luchando por un Penamoa libre de drogas. Y parece que ese final está cerca.
El Ayuntamiento de A Coruña, a través de su Concejalía de Servicios Sociales ha desalojado a un centenar de familias y aseguran que los que quedan ya han recibido la orden judicial para abandonar el lugar. La limpieza de Penamoa viene precedida por la obras de la tercera ronda de A Coruña. Una circunvalación que parte el poblado, o lo que queda de él, en dos. De ella ya se han arrancado las farolas, los cables, y en su recién estrenado asfalto yacen los restos de las dosis consumidas. Pero todavía ni rastro de coches.
Las citaciones para desalojar están repartidas y, según los responsables, en unos dos meses como mucho, ya no quedará ni rastro de Penamoa. Pero plazos similares se han dado a lo largo de los años, y no se han cumplido. Los vecinos ya no creen en las promesas de los políticos.
En nuestro recorrido por Penamoa somos bien recibidos. Manuel, conocido como el Fórmula V, nos recibe en el puente que cruza la tercera ronda al lado del campamento. Él no vive allí. Va todos los días al poblado a ayudar a las 12 familias que siguen viviendo en Penamoa y defenderlos. «No veo lógico que metáis una orden judicial para derrumbar el poblado» nos dice, «es mejor que hagáis un hoyo y metáis a todos los gitanos y los matéis de golpe». Manuel asegura que es un pueblo analfabeto. No saben leer ni escribir. Y «los políticos los engañan de la manera más fácil», afirma. El FórmulaV es uno de esos gitanos que se han acogido a las ayudas que les ha brindado el ayuntamiento, pero no está contento del todo. Dice que el dinero que les corresponde de indemnización, el ayuntamiento lo utiliza para pagar el alquiler de su casa en vez de dárselo. «Ese dinero sólo llega para unos cuantos meses y después tenemos que buscarnos la vida», concluye.
Llega el momento de adentranse en el poblado de Penamoa. Los pocos que hablan dicen que no tienen nada que ver con las drogas. «El pueblo gitano no tiene culpa de las drogas», nos dicen. Nadie nos enseña sus chabolas, y la procesión de coches para «pillar» no cesa. Los que allí quedan dicen que quieren un piso. Un joven con un bebé en brazos confirma los deseos de todos: «Llevamos 25 años viviendo aquí y creo que tenemos derecho a una vivienda». Por su parte, una joven de 31 años y madre de dos hijos relata: «es muy duro vivir aquí tirado sin poder dormir, con una estaca en las manos para espantar las ratas y que no muerdan a nuestros hijos». Su casa está cubierta con una pancarta que se ve al pasar por la recién construída tercera ronda. En ella se puede leer «nos han dejado en la calle».
Su tiempo se acaba, y ellos son conscientes. Están al corriente de todas las noticias que salen en el periódico, y los nervios están presentes en el ambiente. La concejala de Servicios Sociales no es bien recibida en el poblado. Tampoco otros políticos de la ciudad coruñesa. «Silvia Longueira es una puta, le vamos a cortar la cara» declara una de las chicas que viven en el poblado. «Aquí viene gente muy importante a buscar su dosis de droga», concluye.
Llegó el tiempo de irnos. A nuestro paso queda un paisaje dominado por los escombros de lo que una vez fue el poblado gitano más grande del noroeste español. Pero algo nos vuelve a llamar la atención. Mientras caminamos hacia la salida, una madre peina a su hija pequeña en medio del paisaje de desolación en el que viven. Tiene tres años y se llama Ana. Sus ojos azules y su pelo rubio encandilan a cualquiera que la vea. Son las once de la mañana y no está en el colegio. Su madre repite constantemente «Dadnos una vivienda», y ella la imita.
Todo con un telón de fondo que enmarca la escena: la tercera ronda de A Coruña que parte el poblado en dos y que vacía espera que los residuos y los destrozos dejen paso a los coches. La pregunta es, si mientras circulan verán Penamoa por sus ventanillas o habrá desaparecido para siempre. Habrá que esperar para verlo.