Imagínate un mundo donde no existe el móvil ni la televisión. No puedes usar el ordenador ni buscar el dial de la radio. El sonido de los coches o la gente hablando tampoco existen. Lo único que tienes ante ti es el silencio y este te va a acompañar toda tu vida.
Así viven los monjes de la orden de los Cartujos, fundada por San Bruno de Colonia en el año 1084. Escondido entre los Alpes franceses se levanta la Gran Cartuja. En el interior habitan 19 monjes que eligieron el silencio absoluto como manera de encontrar a Dios. Al ingresar en la hermandad asumieron cinco votos: castidad, pobreza, obediencia, estabilidad en el monasterio y conversión de costumbres. A partir de este momento toda su vida quedó atrás.
Al entrar en la orden se rapan el pelo. Sólo tres ancianos llevan barba confirmando así su aspecto austero. Su vestimenta se compone de un hábito blanco con amplias mangas, y de escapulario, también blanco y de tela fuerte, con capucha y cinturón. Usan varios tipos de calzado dependiendo del tiempo y del trabajo que tengan que realizar: sandalias, botas de monte o deportivos. Y cuando trabajan, por encima de su habitual vestimenta, se colocan un delantal azul.
En su celda pasan solos 19 horas al día. Sólo un día a la semana pueden charlar y salir unas horas a pasear por los alrededores de la cartuja. Lo llaman el momento de esparcimiento.
Su celda, muy sencilla, dispone de una estufa de leña en el centro de la estancia, un camastro, una mesa y un armario. En la pared, en el centro, una figura de Jesús crucificado. En un lado de la alcoba está situado el lugar de oración. Su única ventana no les deja ver más paisaje que el azul del cielo.
Para interrumpir su reflexión lo mínimo posible, los cartujos reciben diariamente la comida a través de una ranura situada en la pared que comunica con el claustro. Se dedican al estudio, al rezo individual y al reposo. En su silencio, los monjes son agricultores y artesanos y ayudan a familias pobres con la producción de su famoso licor: Elixir de la eterna juventud. La vida comunitaria, los oficios, las labores y el tiempo de esparcimiento conjunto interrumpe sabiamente el aislamiento. Los domingos y festivos comen todos juntos y tres veces al día se reúnen en la iglesia.
Fuera del monasterio la vida sigue. Llega el sol de verano, la caída de la hoja en otoño, el invierno con sus nevadas y por fin los colores de la primavera. Pero dentro de la Gran Cartuja el silencio es el único protagonista. Sólo a través del prior se enteran de lo que ocurre en el mundo. Las visitas están prohibidas excepto en el período de contemplación. Este se produce dos veces al año y en él los monjes pueden recibir a sus familiares.
Para ser un monje Cartujo se debe tener una vocación espiritual y una entrega a Dios muy fuertes. Piensan que en silencio se vive mejor.
No hacen falta los sentidos para conocer lo importante, sólo el silencio