La violencia de género es la mayor causa de lesiones a las mujeres por encima de las violaciones callejeras, los asaltos o, incluso, los accidentes de tráfico. Cada quince minutos una mujer es maltratada en el mundo, un problema grave que hace que cada día se pongan en peligro las vidas de muchas de ellas.
El maltrato no es más que un tipo de violencia gratuita por el simple hecho de pertenecer al sexo femenino. Entendemos que el sexo de una persona lo determina la naturaleza pero el género lo elabora la sociedad, es la definición de hombre y mujer definida psicosocialmente. Esto marca la desigualdad latente desde siglos atrás entre ambos sexos.
“Cuando trates con una mujer no olvides el látigo” de Nietzsche, parece un leiv motiv para muchos hombres todavía, a pesar de la repercusión que está alcanzando este delito en los medios en la actualidad. En buena medida gracias a los medios de comunicación el problema ha tomado un carácter global y se ha reconvertido en uno de los mayores problemas de nuestra sociedad. Hoy en día se dispone de medidas de todo tipo aunque muchas veces, desgraciadamente, no son trabas para los agresores.
No quiero ni imaginar cómo sería la vida de una mujer maltratada hace 20 años, sin apoyo inconstitucional, con el permiso social… Una historia vivida por una Carmen en los 50, o por una María en los 60 o por una Dolores en los 70.
Dolores fue una de las pioneras en sufrir malos tratos por parte de su pareja. Toda su vida había soñado con casarse, formar una familia y emprender una vida en común con su novio de “ocho meses menos cuatro días”. Era su primera pareja y se sentía muy afortunada.
Tal y como estaba entonces España, él decidió irse a Venezuela, y ella lo siguió a los cinco meses. Allí pasaron 22 años muy felices en los que las cosas les iban bien con sus dos hijas, así que decidieron probar suerte con un negocio.
En Venezuela eran muy habituales las “cafetinas”, una especie de restaurantes-bar con el aliciente de mujeres, así que un amigo de él les propuso ser socios. El negocio despuntaba y el dinero entraba en casa sin problemas.
Dolores trabajaba en casa y fuera de ella (fue una de las más importantes distribuidoras en Latinoamérica), siempre se consideró muy trabajadora y buena persona con todo el mundo, por tanto confiaba en recibir lo mismo. Un día cualquiera notó un cambio en la actitud de su marido.
Ella siempre había sido muy atenta con él y no entendía por qué le negaba sus caricias. El tiempo pasaba y ella veía progresivamente malos modos, caras largas e indiferencia… ya no sabía cómo mostrarle que estaba ahí.
Durante un tiempo calló e intentó negarse la situación continuando con su vida cotidiana, su trabajo y la dedicación a sus hijas. Sin embargo, una tormenta se acercaba para revolver todo lo que tanto le había costado conseguir. Su marido se volvía más y más violento tanto en la forma de hablar como en su comportamiento hacia su familia.
Dolores se refugiaba en un matrimonio amigo. A ellos les comentaba su situación para desahogarse. Isabel, una de sus mejores amigas, fue de las primeras que le intentó abrir los ojos. “Esas mujeres ya sabes como son, dicen hasta que les echan algo en la bebida. Son medio brujas”, la consolaba. Para entonces los episodios violentos se habían multiplicado.
Su marido llegaba muy tarde de cerrar la “cafetina”, trabajaba hasta bien entrada la madrugada y regresaba a casa como cualquier otro día. Nieves dormía plácidamente en cama, había acostado a su hija y descansaba de una dura jornada. Lo escuchó llegar y en parte se sintió aliviada de tenerlo en casa de nuevo con ella. Era su mujer y creía que él era bueno a pesar de todo lo que le estaba sucediendo. Hasta que se encontró con el suelo en la cara. Sin mediar ni un “buenas noches” la empujó fuera de la cama con todas sus fuerzas.
A ella lo único que le importó fue que su hija no escuchase nada. Se metió en cama a llorar en silencio entre las sabanas.
Casi cada día tomaba fuerzas de donde fuese. No daba nada por perdido y quería que todo volviera a ser como antes. Lo llamaba para pasear con sus hijas pero él siempre tenía cosas en la oficina o encargos importantes.
Dolores también trabajaba en el bar para ayudarles cuando podía, aún a riesgo de llevarse para casa un par de golpes en la cabeza con alguna taza “voladora”. Precisamente fue allí donde tuvo la confirmación de los que ya sus amigos le habían insinuado. Desde el almacén, entre cajas de botellas y vasos, quiso comprobar si el comportamiento de su marido cambiaba con los clientes o los trabajadores. Se subió tambaleante entre unos trastos y miró por la cristalera que dejaba pasar la luz. Su marido estaba en la barra con una de las muchachas bebiendo de la misma copa y de la mano. “Lo único que pude hacer fue irme para cama a morirme a llorar”, afirma ella.
Nunca lo denunció y tampoco sabía de más casos que el suyo. “Hoy en día sí lo haría, antes estaba tonta”, añade.
Tras año y medio de malos tratos físicos y, sobre todo, psicológicos, decidió que no podía soportar más en aquella situación. He aquí por qué fue pionera.
“Le dije todo y me fui al abogado para separarme”, cuenta, “que Dios me acompañe pero me voy. Mi hija sí que sufría, así que me fui… era el año 72”.
Desde luego que las cosas han cambiado mucho. Ahora tenemos una ley estatal y hasta una autonómica más reciente. Sin embargo, seguimos viendo más y más casos cada día en los medios de comunicación sobre la violencia de género que acaban en muerte para sus protagonistas. Teléfono de la mujer: 900.333.888
Todas las fotografías utilizadas en el reportaje pertenecen a la campaña contra la violencia de género Tolerancia Cero, que llevó a cabo el Ministerio de Igualdad.